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Nazareth (Capitulo cinco: La floristería)
Publicado por Robsalz en el blog El blog de Robsalz. Vistas: 4
- Creo que no tengo mucho que explicar, la verdad tienes más experiencia que yo en esto de las flores – las palabras de Lucrecia tenían toda la razón, yo había trabajado mucho tiempo en la floristería, pero por cosas personales había salido hacía cinco años – si ocupas algo sólo llámame.
- Lo haré y otra vez, gracias por la oportunidad.
- A nadie le confiaría esto como a ti.
Aquí estaba yo, cinco años después, rodeada de flores, había renunciado por una estupidez. En aquel tiempo me cansé de los reclamos de Alejandro porque dedicaba mucho tiempo al trabajo, pero cuando me fui, empezó a reclamar porque el dinero nunca alcanzaba. Así son los hombres, no ha nacido la mujer que se amolde a sus necesidades. El turno estaba lejos de molestarme, estaba a cargo de abrir el local a las ocho de la mañana y Lucrecia llegaría luego, a eso de las tres de la tarde, de lunes a viernes.
Bajo ese horario lograba volver a mi independencia financiera, a los tiempos donde podía comprarme un refresco sin necesidad de tener que pedirle a Alejandro que me facilitara efectivo.
- Otra vez, dime ¿cómo fue?
- Llamó llorando, porque me necesita a su lado – Cristina y yo tomábamos un café mientras que yo arreglaba un ramo de tulipanes anaranjados y geranios que recogerían en el transcurso de la tarde.
- ¿Te reíste en su cara?
- ¿Qué otra cosa podía hacer?, aunque… - y puso el café en el mostrador – no sé si fue buena idea lo del divorcio.
- ¿No sabes? ¡te fue infiel! – tomó un trago de café y se limpió una lágrima.
- Sí, Nazareth, pero tiré al basurero once años de matrimonio, le quité el papá a mi hija, quedé sola.
- No es cierto – le tomé la mano y la miré – no es cierto, hiciste lo que tenías que hacer, te hiciste sentir, ojalá todas las mujeres actuaran como tú.
Terminó el café y luego se levantó, tenía algunas cosas que comprar para la escuela. Pero yo la conocía, la tristeza estaba haciendo nido en ella, tres semanas no se borraban once años de matrimonio, necesitaba tiempo para asimilar la etapa que estaba comenzando ahora. A todos se nos dificulta empezar de cero, nos acostumbramos a un estilo de vida y luego se nos hace imposible recomenzar por nosotros mismos y a Cristina se le dificultaba más.
Siempre había presumido del esposo que tenía, pero no era la primera vez que la engañaban, llevaba cerca de cuatro años viviendo en ese infierno, ocupaba salir; no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante. Sí, sería complicado, pero era joven, un par de años menos que yo, con un cuerpo bonito, ni tan flaca, ni tan gorda. Y, sin embargo, ahí estaba, cediendo a las frágiles líneas del amor, como cualquier otra persona. Hay trazos que se dibujan entre nosotros y que resultan invisibles aún para el mejor de los observadores, por eso no podemos subsistir nosotros solos, por eso somos una especie tan dependiente, por eso somos humanos, porque no desarrollamos la capacidad de poder aislarnos por completo, eso no es lo nuestro.
Yo quedé sola en la floristería. A media tarde, antes de que Lucrecia llegara, recogieron las flores. Aquel ramo de tulipanes y geranios estaba bellísimo, pareciera que yo nunca me hubiera ido de aquí, la práctica no se había ido de mis manos ¡qué buena que soy!
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